El muelle, hoy en día presente en casi cualquier objeto que podamos encontrar a nuestro alrededor, es junto con la palanca y la rueda uno de los elementos mecánicos más antiguos de la historia. La idea de acumular energía mediante la tensión de materiales se remonta a la aparición del arco y la flecha, cuyo sistema es por definición un resorte. Por ello, los muelles proceden de una época que data entre los años 4000 y 3000 antes de nuestra era, cuando el hombre observó las ventajas de las propiedades elásticas de plantas y las incorporó en un invento que no sólo mejoró sus condiciones frente a otras especies, sino que le resultaría muy útil para su supervivencia.

Así, durante estos mil años surgieron toda una variedad de instrumentos que aprovechaban la elasticidad de diferentes formas, como las fíbulas, catapultas y ballestas. En las épocas de bronce y de hierro el arte de la conformación evolucionó rápidamente, habiéndose encontrado en sepulcros fíbulas muy diversas diseñadas para vestimenta, las cuales se hacían de cobre o latón martilleando y doblando después convenientemente un trozo de alambre . En el período helenístico, gracias a Arquímedes, se empieza a realizar estudios sobre las máquinas simples, cuya utilización daría paso luego a las primeras nociones de la estática y la dinámica. El gran desarrollo de los resortes va muchas veces unido a la técnica del armamento, siendo usada la capacidad de un arco tenso de almacenar energía por la ballesta, la catapulta y las máquinas lanzadoras.

La llegada de la pólvora negra hacia el año 1300 D. C. supuso el desarrollo de nuevos armamentos con mecanismos más complejos que condujeron a la fabricación de resortes forjados o conformados que todavía hoy siguen en uso. En los cerrojos ya comenzaban a aparecer los primeros resortes de lámina y helicoidales. Su utilización en objetos motrices aparece por primera vez en diseños de Leonardo Da Vinci (1452-1519), como el mecanismo de llave de rueda, el cerrojo automático e incluso el vehículo de motor de tracción, todos ellos con un funcionamiento basado en resortes helicoidales.

Hacia el año 1500 se comienza a aplicar el resorte en espiral como elemento motor en la relojería, y en el siglo XVII empieza a reemplazar al péndulo progresivamente. Es en esos tiempos cuando hace su aparición el inglés Robert Hooke, cuyas aportaciones fueron trascendentales: en 1675 inventó el volante con resorte espiral y comenzó a estudiar sus movimientos, períodos y acumulación de energía, para publicar después, en 1678, la ley que lleva su nombre, mediante la cual determina que la deformación de un material es proporcional a la fuerza que se ejerce sobre él, y la constante recuperadora de los muelles: “la fuerza que devuelve un muelle a su posición de equilibrio es proporcional al valor de la distancia que se desplaza de dicha posición”.

En 1740 se produce el redescubrimiento del antiguo método indio para fabricar acero, mediante el calentamiento del hierro en un recipiente o crisol. Era el nacimiento de la metalurgia moderna, que junto a la Revolución Industrial permitió la utilización del hilo de acero y la consiguiente diversificación de aplicaciones del muelle: la cerradura de palanca, de Robert Barron (1778); la cerradura de cilindro, de Joseph Bramah (1784); el embrague, de John Rennie (1786); la persiana, de James Barron (1809); el termostato, de Andrew Ure (1830); el timbre eléctrico, de Joseph Henry (1831), y el barómetro aneroide, de Lucien Vidie (1843). Ya entrada la Edad del Vapor les siguieron otros inventos como la grapadora, de Herbert Haddan (1879); la suspensión, de Kart Bernz (1885), y el velocímetro, de Edward Prew (1898).

Los muelles acumulan trabajo en forma de energía y, al liberarla, realizan trabajo. Representan para una máquina el equivalente a un músculo para el hombre, generando flexibilidad, tensión, velocidad o potencia, y contribuyendo, en definitiva, a la armonía de los movimientos. A pesar de su aspecto tan simple, se han convertido en un elemento indispensable en cualquier artefacto de la era moderna.